Hola, me llamo
Philip Tales, tengo 21 años y soy el único superviviente del planeta, salvo en
excepciones. Pero la historia no empieza exactamente aquí.
Tenía 17 años
cuando salí del instituto, y para celebrarlo, mi hermano, mis amigos y yo nos
adentramos en un bosque que había cerca de mi casa para hacer nuestra propia
fiesta. Todos mis compañeros eran unas buenas piezas, y yo no era diferente,
por eso me encontraba muy a gusto con ellos, era feliz. En primer lugar dejad
que nombre a mi hermano, se llamaba Yanz, tenía un año más que yo pero como
suspendió el último curso acabamos los dos coincidiendo en la misma clase. El
tío a pesar de que casi siempre suspendía y cuando no lo hacía sacaba aprobados
muy raspados… era inteligente, me lo demostraba todos los días. Tal vez no
sabía cómo funcionaba el mundo, como eran las personas de su alrededor o
incluso no se daba cuenta de cuando le tomaban el pelo, pero nunca hacía daño a
nadie y respetaba a todo el mundo por cómo eran, siempre y cuando ellos no les
faltaran el respeto tampoco a nadie ni a nada, lo cierto es que el ejemplo de
vida que me ha dado desde que tengo memoria, no lo olvidaré jamás. Luego estaba
mi mejor amigo, Frank. Tenía una manera de pensar muy parecida a la mía, aunque
él era más exitoso entre las chicas, mucho más, todas lo amaban, y eso que no
tenía un físico especialmente envidiable, pero si había algo en su manera de
hablar y flirtear con ellas que no me lo explico, yo mismo intenté hacer lo que
él, sin embargo, no funcionaba, nunca funcionó. También estaban los trillizos,
Álvaro, Omar y Gabriel. Eran bastante
prepotentes y siempre haciendo tonterías para impresionar a las del sexo opuesto,
lo más gracioso era que ninguna les hacía caso, pero al menos lo intentaban,
aun así me fastidia admitir que éramos unos auténticos perdedores. Después
estaba Carla, oh, la preciosa Carla. Una sonrisa perfecta, los ojos más bonitos
que he visto en mi vida, un largo y liso cabello tan brillante como el sol…
Estaba enamorado de ella desde los doce años, pero no me miraba de la forma en
que yo la miraba a ella, porque ella solo tenía ojos para Frank, que novedad,
¿no? Y por ultimo, Briana, inteligente, guapa y muy amiga mía, y siempre que lo
necesitaba me ayudaba en los estudios.
El último día de
clase cuando ya estábamos en el bosque a las tres de la madrugada, cogimos unas
cervezas que habían traído los trillizos de casa de sus padres cuando ellos no
estaban. Saqué de mi bolsillo una navaja para abrir las tapas de las botellas
ya que ninguno fue tan listo de traer un abridor, y sentados en una densa capa
de hojas secas brindamos por haber salido de ese infernal agujero al que
llamábamos instituto, y por los planes de futuro.
—Pienso estudiar
psicología, —dijo Briana— porque creo que las personas tienen el potencial de
poder confiar en sí mismas, de que son únicas y que todo se puede superar
siempre que crean que es posible superarlo. Pero a veces hace falta que alguien
se lo recuerde, porque eso, es lo que más ayuda a una persona, el saber que no
están solas y que siempre hay alguien que les apoye.
Briana psicóloga,
quien lo hubiera dicho. La verdad es que sería una de las mejores, porque a mí
siempre me ayudó a superar muchos problemas; el ingreso de mis padres en una
institución psiquiátrica, la muerte de mi abuelo, el rechazo de incontables
chicas… Briana siempre estaba ahí, y no me imagino mi vida sin ella, bueno, no
me lo imaginaba.
—Yo pienso ser detective —manifestó Frank.
Todos comenzamos
a reír.
—Reíros si
queréis, pero llegará un día en que os haga falta, un día en que me necesitéis,
y os arrepentiréis de haberos mofado de mí, ya lo veréis, ya.
—No te enfades
tío, —le dije mientras le daba un leve golpe en el brazo— pero yo por lo menos
no te veo resolviendo casos, crímenes, misterios… reuniendo pruebas y
descubriendo al culpable.
—Pues gracias por
tu apoyo, —comentó sarcástico.
Mientras
seguíamos hablando, a los pocos minutos escuchamos un extraño ruido.
— ¿Qué fue eso
—dijo alarmado Yanz.
Ninguno pudo
responder, el miedo nos había apoderado. Segundos más tarde lo volvimos a
escuchar, de esta vez más fuerte y cercano. Todos nos levantamos atemorizados
de golpe y escapamos a correr en dirección a mi casa, pero a los pocos pasos
algo nos paralizó y atrapó. Una fuerza proveniente del sobrecogedor centro del
bosque nos arrastró hacia él. Sin poder hacer nada para evitarlo, veíamos como
poco a poco nos adentrábamos en la absoluta oscuridad. Empezaba a sentirme
somnoliento, y creo que mis amigos también. Lo siguiente que recuerdo fue encontrarnos
tumbados en la arena de algún extraño lugar. No teníamos idea de donde
estábamos, y cuando nos incorporamos echamos un vistazo a nuestro alrededor, la
evidencia era clara, éramos prisioneros en una pequeña isla.
— ¿Dónde estamos?
—Preguntó Briana— ¿Cómo hemos llegado a aquí?
De pronto volvió
de nuevo la fuerza, pero solo me llevó a mí. Me desperté nuevamente y estaba
solo, lo raro es que seguía en la misma isla, o eso creía. Comencé a andar sin
temor pero con precaución por un estrecho camino que me separaba de la frondosidad
de las plantas y hierbajos en busca de mis amigos.
—¡¡Sssh, Aah¡¡
—me quejé, al sentir un pinchazo en el cuello.
Seguí andando. Cada
vez me encontraba más cansado, y en un momento empecé a verlo todo borroso, al
instante, oscuridad absoluta. Otra vez me desperté, y lo que vi, no lo podré
olvidar nunca. Ante mis ojos, Frank, Álvaro, Omar, Gabriel, Briana, Yanz,
Carla… todos muertos, decapitados y mutilados, y en mi mano, mi navaja ensangrentada. Muchas luces de colores
me estaban cegando, y un montón de voces me ordenaban tirar el arma y a
tumbarme en el suelo con las manos en la espalda. La confusión no me dejaba
tranquilizarme, y esas voces se acercaban a mí agarrándome e impidiendo que me
movilizara.
— ¡Soltadme. No
me volveréis a llevar. He dicho que me soltéis! —grité.
Todo fue en vano.
Me subieron a un vehículo, me pincharon con una aguja y me volví a dormir. Por
enésima vez me desperté, vestido con un traje blanco que no me dejaba apenas
moverme, y encerrado entre cuatro paredes.