viernes, 1 de diciembre de 2017

LOS PALADINES MUTANTES (1º Capitulo)

     Desde los primeros brotes sobre humanos, hace más de seis siglos; el genoma sapiens ha evolucionado de un modo misterioso e ignoto. No todos heredan ese gen, sin embargo, existen individuos que sí lo poseen y no son conscientes de ello, hasta muchos mueren sin saberlo. La razón es que el gen emerge de manera inerte, activándose de forma distinta y en circunstancias diferentes en cada individuo, proporcionándole cualidades especiales.
    
     En el año 2023 se originó el mayor acaecimiento de todos desde que se fundó el universo. Una alineación planetaria que solo ocurre cada cuatro mil quinientos cincuenta y cuatro años sobre una aurora boreal qué afectó a todo el planeta. Ese mismo año, un grupo de jóvenes recibieron esos dones especiales que hoy en día siguen sin estar valorados, y con razón, la verdad es que la vida es un misterio y esta intrigante historia nos cuenta el porqué. Había surgido la era de los héroes; pero todo héroe tarde o temprano acaba teniendo un enemigo. No obstante, empecemos por el principio.

     —Erick Kane, 20 años. Nací el 16 de agosto en Brooklyn (Nueva York). A los 13 años me sucedió algo extraño. Estaba con mis amigos haciendo carreras con la bici en una carretera que conecta con un acantilado cerca de la Curva Asesina. Se llama así porque la historia cuenta que en esa misma curva murieron muchas personas en espantosos accidentes, finalizando en una caída de más de ochenta metros. Uncamión que transportaba Z4-12, una sustancia líquida desconocida y en proceso de investigación, venía en dirección opuesta a mí. Yo no supe reaccionar, pero el conductor del vehículo sí, y al intentar esquivarme pegó un frenazo, a la vez que un giro inesperado a la derecha provocaba el volcamiento. El depósito del camión se quebró, y el Z4-12 se desparramó por la carretera, pillándome en medio, haciéndome patinar, caer al suelo y a empaparme con la sustancia. Mis amigos me dijeron que fuera a urgencias, sin embargo, no les hice caso y me marché a mi casa. Por la noche, poco después de cenar, me sentía raro, así que me fui a mi cuarto. Cerré la puerta y me dirigí a mi cama, pero antes de llegar me desmayé, por suerte caí encima de ella. A la mañana siguiente, cuando me desperté, me encontraba mejor que nunca y me fui corriendo a desayunar. Mi madre se alegró al verme tan contento, y me preparó una taza de leche, la cual estaba hirviendo. Cuando iba a soplar para enfriar un poco el contenido, sonó el timbre; en ese momento estábamos solo mi madre y yo. Ella abrió la puerta y era Escarlata, mi mejor amiga, que había venido de Brasil a pasar unos días en casa de sus tíos. Ella se sentó frente a mí mientras mi madre cerraba la puerta. Sin darle la oportunidad de negarse, mi madre empezó a prepararle tortitas a mi amiga. Yo volví a mi desayuno mientras ella nos contaba lo cansada que estaba del viaje. Acerqué mis labios al borde de la taza, y soplé. Exhalé un vapor que congeló de inmediato la taza y su contenido. Escarlata y yo nos miramos con asombro y temor, pero ninguno de los dos habló. A partir de aquel día me convertí en Gélido.

     —Escarlata Dolp 21 años. Nací el 21 de Septiembre en Rio de Janeiro (Brasil). Tenía 14 años cuando me fui a una expedición arqueológica a Rondonia con mi clase. Al llegar allí, después de varias horas excavando, todos mis compañeros estaban ya demasiado cansados para continuar y se fueron a comer a un restaurante que estaba por allí cerca. No obstante, yo tenía la esperanza de poder encontrar algún hueso u otra cosa, así que me quedé allí excavando con el permiso de mi profesora. Al rato, vi algo que se asemejaba a un cristal color turquesa de pequeñas dimensiones y al tratar de cogerlo, nada más tocarlo, se quedó enganchado en mi mano haciéndome un pequeño corte. Al instante se desintegró convirtiéndose en un fino polvo y filtrándose en el corte. Poco después, una de mis compañeras se acercó hasta donde yo me encontraba para decirme que debía empezar a recoger que ya nos íbamos. Al llegar a casa no había nadie. Mi madre me dejó una nota encima de la mesa del salón que decía:

—“Cariño, llegaré tarde, ha habido un problema en la fábrica y no creo que llegue hasta las cuatro o cinco de la madrugada. Tienes verduras con pollo en la nevera, nos vemos por la mañana, besos. Te quiero; mamá.”

     Al acabar de leer la nota y ver qué buena pinta tenía la cena, me fui a limpiar un poco mi cuarto, y a darle de comer al conejillo de indias que tenía. Serían las once cuando oí el ruido de cristales rompiéndose, unos ladrones habían entrado en casa. Yo con lo asustada que estaba, traté de esconderme en el cuarto de mis padres, pero hice demasiado ruido, y uno de ellos fue en dirección a la habitación. Cuando se estaba acercando a mi posición, cerré los ojos con fuerza. Al abrirlos, lo vi; ese desconocido estaba frente a mí, mirándome, aunque parecía no verme. Echó un vistazo al cuarto; debajo de la cama, dentro del armario… Y se fue mientras le decía a su compañero que allí no había nadie.
     Después de un rato rebuscando por la casa, los dos hombres se marcharon. Mientras, yo seguía en el cuarto de mis padres. Me acerqué al espejo, me puse frente a él y traté de concentrarme, cerrando los ojos como lo había hecho minutos antes. Al abrirlos, ahí estaba, o mejor dicho, ahí no estaba. No podía verme, aunque sabía perfectamente que estaba ahí. Me giré un poco y coloqué mis manos justo frente a mi cara, con las palmas hacia adentro, y en dirección a la pared. Y eso era lo que podía ver; la pared. Sentía mis manos, mi cuerpo, pero no podía verme.
¿Cómo contar lo que me había sucedido? ¿A quién podría confiar mi secreto?
     No sería hasta meses más tarde cuando me surgiría la oportunidad de contárselo a alguien. Del mismo modo, no sería hasta entonces que empezarían a conocerme como Ausencia.

     —Nemesio Balto 18 años. Nací el 7 de septiembre en Galicia (España). Era el día de mi onceavo cumpleaños. Una gran tormenta eléctrica llevaba horas produciendo destellos que iluminaban el gris cielo. Llovía a mares, y sin duda sería una de las últimas tormentas del verano. Después de las felicitaciones, los regalos, la comilona y los besos tan agobiantes de la familia, mis hermanos mayores César y Borja se ofrecieron para ir a jugar conmigo en el granero que teníamos cerca de casa, al pasar nuestro campo de maíz, a unos doscientos metros. Les pedimos permiso a nuestros padres, y a pesar de la lluvia y la tormenta, nos dejaron ir. Nos situamos justo en la salida de casa y esperamos a que escampara un poco, pero iba a peor. César nos retó a ver quien llegaba antes al granero, y antes de que pudiéramos responderle, empezó a correr adentrándose en el maizal. Borja y yo sin pensarlo echamos a correr también. Apenas había recorrido cincuenta metros cuando un intenso destello me cegó haciéndome tropezar y caer, luego le siguió un rayo que parecía haber caído muy cerca. No veía a ninguno de mis hermanos, y asustado, eché a correr de nuevo. Al salir por fin de ese infernal campo de maíz, vi a mis hermanos a punto de llegar, cuando otro tremendo rayo más cayó en medio de los tres. La onda expansiva generada nos lanzó a varios metros hacia atrás, y los tres acabamos de nuevo en el campo de maíz. Nos levantamos con rapidez y corrimos los pocos metros que nos quedaban hasta el granero, cuando sucedió algo increíble. César empezó a elevarse, lo que le llevó a volar. Sin duda tenía miedo, despegar del suelo, caerse, intentar incorporarse y elevarse otra vez y así un buen rato, no es que fuese algo normal. Al final atravesó una de las ventanas del granero, no aterrizó muy bien, pero por lo menos estaba a salvo. Yo fui el segundo en llegar, alcé la mano derecha para abrir la puerta y lo que sucedió me dejó sin palabras. Salió de mi mano tal chispazo que la destrocé entera, con tal vigor, que me impulsó hacia atrás. Mi hermano Borja que iba detrás de mí, pegó un salto, me cogió en el aire, y me llevó debajo del brazo hasta llegar a dentro, donde estaríamos seguros. Al llegar, nos paramos y nos miramos, sabíamos que algo en nuestro interior había cambiado, aunque desconocíamos que. Estuvimos bastante tiempo asimilando lo ocurrido, y pensamos que si a César y a mí nos ocurrió esto, Borja también tenía que ser diferente, pero no sabíamos de que manera. Fue entonces cuando cometí un doloroso error, me burlé de él por seguir siendo normal, como era de suponer se enfureció, y me dio un empujón. De haber sido normal no me hubiera lanzado con la fuerza con la que lo hizo. Atravesé de nuevo la puerta del granero, y casi llego otra vez al maizal. Por enésima vez, me eché a correr, volví a estar dentro, y ya sabíamos que Borja era como nosotros. Decidimos crear nuestros propios apodos, César se haría llamar Águila, Borja, Mole y yo Lostregon.
                    
    
     —César Balto y Borja Balto 19 y 21 años. Nacimos el 19 y el 26 de abril en Galicia (España). Nosotros teníamos 12 y 14 años y como bien dijo nuestro hermano también nos afectó la tormenta. Ahora los tres unidos lucharemos contra la maldad y la crueldad que este mundo soporta.

     —Ezio Vaghi 21 años. Nací el 2 de Noviembre en Manitoba (Canadá). A los 14 años era un gran fanático de las ciencias, sobre todo las astronómicas y químicas. Un día, antes de ir a clase, creé una formula en el laboratorio de mi casa, que pensé que daría resultado. Se trataba de un líquido que mezclado con diferentes tipos de sustancias químicas crearía un compuesto que al ser ingerido me haría aumentar mi capacidad intelectual. Pero no me di cuenta que al juntarlo con la muramidasa, (una enzima que se encuentra en la saliva de forma abundante), daría paso a un elemento desconocido. Al poco tiempo de ingerirlo empezó a dolerme muchísimo la cabeza, creí que era el fin, y cuando parecía que iba a perder el sentido y a no recuperarlo, comencé a encontrarme mejor, hasta que me recuperé del todo, aunque me sentía raro. Salí del laboratorio de casa y me fui en dirección al colegio, ya que tenía examen de Biología. Por el camino me puse a repasar y una de las cosas que realmente me desconcertó, fue que no me costaba nada memorizar el temario, cuando antes tardaba unos cuarenta y cinco minutos en aprenderme un tema, ahora con solo leerlo una única vez ya se me quedaba todo grabado. Como era costumbre aterrorizarme cuando algo nuevo me sucedía, dejé de leer, y cerré el libro. Mientras seguía caminando miraba ensimismado la portada del libro, tenía aparte de una imagen de un átomo de carbono, un dibujo de un cerebro humano. Me puse a pensar sobre lo sucedido, y llegué a la conclusión de que la formula había funcionado. Justo en aquel instante de distracción, me tropecé con Gordon, el matón de clase. Le hice perder el equilibrio, y se le cayó el teléfono móvil en un charco de agua. Me miró con los ojos llenos de ira, y se fue acercando a mí mientras su respiración se aceleraba y sonaba cada vez más. Yo no paraba de decirle que lo sentía y que le compraría otro móvil igual o mejor, pero Gordon hizo caso omiso. Cuando se encontraba a centímetros de mí, me pegó un cabezazo y caí al suelo. Ahí comenzó a patearme el estómago y amenazando mi vida:
     —Te voy a dejar tan hecho polvo que tendrán que recogerte con una aspiradora.
     Cuando terminó, se inclinó hacia mí agarrándome del pecho y sacó un táser del bolsillo. Pretendía atacarme con él, yo estaba muy asustado y no perdí en ningún momento el contacto visual con el táser. De manera increible explotó, y le pegó tal descarga a Gordon que lo proyectó con gran elegancia por el aire, cayendo al suelo inconsciente. Además de aumentar mi capacidad intelectual, la fórmula me había proporcionado psicoquinesia. Este fenómeno se basa en el poder de la mente para influir en la materia, la energía y el movimiento de objetos. Más tarde descubriría que también sería capaz de mover los objetos que no estaban en mi campo de visión. Desde ese día mi alias sería Intelecto.                  

     —Roxana Wedst, 19 años. Nací el 11 de enero en Gran Bretaña (Inglaterra). Tenía 12 años cuando fui con mi familia como todos los veranos a casa de mis abuelos a la India, ellos no eran hindús, sino que se mudaron allí unos años después de la Segunda Guerra Mundial. Al llegar, dejé mis maletas en casa y como no estaba nada cansada y no tenía nada que hacer, me fui a dar un paseo. Tras un tiempo caminando, encontré un lugar boscoso lleno de flora y fauna por todas partes. Vi entonces que debajo de un roble había una planta que nunca había visto antes, y decidí cogerla, pero la curiosidad me hizo arrepentirme segundos después. En el preciso momento en que la toqué, me arrojó a la cara lo que parecía una especie de polen haciéndome inevitable la inhalación, la planta murió al instante. Medio aturdida, noté como algo me cubría los pulmones y me costaba respirar. Empecé a andar desorientada en dirección a la casa, pero a los pocos pasos, sentí que me faltaba el aire, al instante me desplomé. Al recobrar el conocimiento, vi a un chico que me llevaba en brazos.
     —Hola dormilona —Dijo el extraño mirándome—. Me llamo Christopher. Christopher Piháh.
     — ¿Que me ha pasado? —Pregunté.
     —Esperaba que tú me lo dijeras— respondió el atractivo muchacho—. No sé si llevarte a casa o al hospital.
     — ¡No, no! —Exclamé frenéticamente— estoy bien, no quiero preocupar a mi familia.
     —Está bien, a casa entonces. ¿Puedo bajarte sin temor ninguno? Pesas un poco.
     —Te lo agradecería, gracias. Por cierto, mi nombre es Roxana.
     Christopher me acompañó a casa, pero no le dije lo que me había pasado. Solo que me desmayé sin más, al igual que le pedí que no le dijera nada a mi familia. Después de cerciorarse de que estaba bien, sonrió y asintió. Hablamos durante un buen rato antes de llegar; tenía dieciséis años, le gustaba la informática, el deporte, los animales, y era buen nadador. Durante mis días de vacaciones, quedé con él muchas veces más, y nos hicimos muy buenos amigos. El día que teníamos que irnos les dije a mis padres si me podía quedar más tiempo, ellos no pusieron objeciones y me quedé. Cuando estaban subiendo al avión, tuve, lo que me pareció una visión de lo que iba a pasar. El ala izquierda se empezaría a quemar al poco tiempo de despegar, y acabaría por estrellarse contra el suelo, lo que le llevaría a convertirse en una bola de fuego por la inflamación del combustible. Como era la primera vez que me pasaba, decidí ignorarlo. El avión empezó a despegar y yo veía como se alejaba. Me decía a mi misma que la visión que había tenido no se realizara, pero apenas unos segundos después vi algo que nunca olvidaría; el ala izquierda empezaba a echar humo y le siguió la caída en picado hasta chocar y explotar contra el suelo. No podía creerlo, corrí gritando en dirección al lugar del accidente mientras mi abuelo me seguía para detenerme.
     —¡¡No, mamá, papá, no, por favor!! —Grité.
     Pero fue inútil, ya no podía hacer nada. Mi abuelo al fin me alcanzó y yo lo abracé rompiendo a llorar. Se celebraron dos funerales por mis padres, uno en la India y el otro en Inglaterra, pero al de este último no asistí. Después del velatorio de la India, quise quedarme sola frente a sus tumbas, me puse a hablar con ellos porque me hacía sentir mejor, y les dije que me perdonaran por lo que iba a hacer. Después, les escribí una carta a mis abuelos que decía:

 —Queridos abuelos:
No me juzguéis ni os enfadéis conmigo  por lo que voy a hacer.
En estos momentos necesito estar sola, sé que solo tengo
doce años, y no soy más que una niña, y supongo
que ahora es cuando más necesito rodearme
de gente querida, pero la verdad es que yo no
siento eso. Tal vez sea egoísmo por mi parte, aún
así debo irme, os quiero.
                 Con amor, Roxana.
 
     En cuanto anocheció dejé la carta pegada con celo en la puerta de casa, y me fui directa a casa de Christopher.
     Al llegar, como no sabía si había alguien más, le tiré una pequeña piedra en la ventana de su cuarto, él la abrió, y le dije que le tenía que pedir un favor.
     —Chris, necesito tú ayuda.
Bajó corriendo para abrirme la puerta, estaba solo en casa.
     — ¿Dime Roxana? Siento mucho lo de tus padres. No puedo imaginarme por lo que estarás pasando.
     —Necesito irme lejos Chris, por favor no me preguntes el porqué. A ti se te da muy bien la informática, me tienes que hacer un pasaporte falso, ¿lo harías?
      —Sí, desde luego, pero estás segura de…
     —Por favor confía en mí —le interrumpí—. Algún día te lo explicaré.
     Chris se puso a ello. Mi nombre era Agatha Siel, de diecinueve años, nacionalidad alemana. Una vez con el pasaporte hecho, lo besé y me fui.
     Partí hacia el aeropuerto, y a cinco minutos de llegar, un hombre se acercó a mí por detrás, me tocó el hombro y me dijo:
     —No estarás sola. Tú presente, determinará el futuro. No sabía quién era ese extraño, y cuando me di la vuelta para ver de quién se trataba, ya había desaparecido.
     Seguí andando hasta el aeropuerto, y cogí el primer avión de todos, Nueva York. Iniciando así una nueva vida.
     Días después volví a tener visiones, pero no me intimidaron, aprendí a aceptarlas, y desde entonces me había convertido en Futura.

     —Brock Poel 20 años. Nací el 30 de octubre en Roma (Italia) mi relato entorna a los 13 años. Estaba como cada viernes paseando por el bosque en busca de insectos, cuando de repente una ráfaga de aire derribó un árbol que cayó en unos cables eléctricos provocando un gran incendio. Yo empecé a correr, pero el fuego se extendió tan deprisa que me dejó en el medio. No tenía escapatoria, así que lo único que me quedaba era pedir ayuda, aunque sabía que era inútil; la ciudad quedaba lejos y no había nadie quien me oyese. De súbito vi en el cielo que la luna se estaba interponiendo entre la Tierra y el sol, y al alinearse por completo se produjo el denominado eclipse solar. Pocos segundos después, empecé a agobiarme, a hiperventilar, y poco a poco comenzaba a sentir una furia prácticamente incontrolable, lo que produjo que gritara como nunca antes lo había hecho. En ese momento de ira ocurrió algo difícil de creer. Todo el fuego que había en el bosque empezaba a ser absorbido por mis manos. Cuando estaba todo extinto y se produjo el silencio, las miré, y de ellas se desprendía un inmenso calor, además de que tenían un color amarillo-anaranjado. Después, junté los dedos unos contra otros y en el interior empezó a originarse una bola de luz potente que tenía las mismas características que el fuego. En ese momento supe que podía manipular y expulsar las llamaradas con las manos. Al día siguiente me puse a practicar en el jardín de mi casa y a pensar como me podría llamar. Fue ahí cuando originé una bola de fuego y al no poder controlarla se me cayó al suelo haciendo un agujero de, al menos dos metros. Intenté taparlo antes de que mis padres volviesen de trabajar, pero no me dio tiempo. Les dije que un meteorito había hecho el agujero y que al impactar se desintegró. Al parecer me creyeron, y yo desde ese día me haría llamar Magma.





“Todo sucede por alguna razón… el efecto. No obstante debe haber algo que establezca el resultado… la causa.
A veces debemos adaptarnos a las nuevas circunstancias, si no será difícil sobrevivir. Pero hay algo que nunca debemos olvidar; somos el producto de nuestras propias decisiones”


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